Jueves 17 de julio de 2025, la tripulación de Pipilintu desembarca en Rurrenabaque, la joya turística de la Amazonía boliviana.
Un cierto alivio acompaña esta llegada.
Tras cuatro días de navegación con una buena dosis de adrenalina —entre rápidos llenos de rocas afiladas, maniobras peligrosas con dragas y múltiples encallamientos— estamos bastante felices de haber terminado esta sección tan arriesgada.
Un solo pensamiento nos ronda la cabeza: “¡Carajo! Y pensar que planeábamos hacer esto solos, ¡y sin motor…”
Estamos muy agradecidos de haber sido acompañados por la Armada, que nos sacó de situaciones delicadas —y que resultó ser un grupo de compañeros de viaje muy agradables.
Tras una noche bien merecida (los cuatro dormimos apretados sobre colchonetas polvorientas en una oficina de la Capitanía), todos se ponen manos a la obra: la lista de tareas antes de volver al río es larguísima (en cuatro días de navegación, prácticamente todo lo que podía romperse, se rompió).
¿Todos? ¡No!
Nuestro querido capitán Fabien, alias Baboune, está clavado en la cama, sin energía… y digiriendo la pérdida de su teléfono.
La historia nunca dirá dónde desapareció, pero probablemente decidió liberarse y unirse a las profundidades del Río Beni.
Mientras tanto, el resto del equipo descubre Rurrenabaque a través de sus múltiples servicios:
— Uno tiene que vacunarse
— Otro, mandar a coser su ropa
— Y así sucesivamente…
Al final del día, los tres tripulantes huérfanos de su capitán se reúnen en un restaurante conocido (Luna Lounge) para repasar la jornada y planificar los próximos pasos de la escala.
La noche toma un giro inesperado: en la barra conocemos a Willy, un guía turístico experimentado, lleno de anécdotas fascinantes sobre la historia de la ciudad y las regiones atravesadas.
Hablamos largo rato sobre la minería del oro, un tema muy polémico por aquí.
A lo largo de la noche, nos damos cuenta de que la expedición ya goza de cierta notoriedad en la ciudad.
Nos invitan a comer en tal restaurante, dormir en tal hotel…
Todos quieren tomarse fotos con nosotros, ofrecernos tragos.
¡La cerveza corre a raudales! 🍻
La noche termina muy tarde en una discoteca, y por fin nos vamos a dormir con una frase que gira en bucle:
“¡Qué locura lo que está pasando!”
A la mañana siguiente, los cuatro tripulantes se despiertan en un estado bastante lamentable.
Para Baboune, el veredicto cae: ¡salmonelosis! Ahora está bajo antibióticos, obligado a guardar reposo…
Los otros tres sufren una tremenda resaca, provocada por el consumo excesivo de CH₃–CH₂–OH 🍺
A pesar de todo, es hora de reparar y preparar el barco.
Tenemos la suerte de contar con un taller bien equipado en la Capitanía, y las amoladoras, martillos y sierras se hacen oír.
Entre todas las personas que nos tendieron la mano, recordaremos sobre todo a Ben “Jaja”, un francés instalado en Rurre, que nos ofrece un abastecimiento completo para los próximos 10 días de expedición.
Insistimos en mencionarlo en nuestro sitio web: ¡muy felices de tener un “patrocinador oficial”!
Mañana, tarde y noche, nos invitan seguido a restaurantes, y no nos resistimos: saboreamos buenos platos en todos los rincones de la ciudad.
Y sobre todo: ¡el capitán se recupera!
Perfecto, porque recibimos bastante atención de los medios de comunicación.
Pipilintu aparece por primera vez en la televisión nacional boliviana, y todo el equipo participa en una rueda de prensa con la Alcaldía de Rurrenabaque, que luego nos invita a explorar los alrededores de la ciudad.
El martes, realizamos una gran salida ceremonial, frente a las cámaras y los habitantes.
Nuestro bote de totora tiene una vida útil muy limitada, y cada día cuenta.
Sabemos que el resto de la expedición será una verdadera carrera contra el tiempo. Es poco probable que en el futuro podamos detenernos tanto tiempo en un mismo lugar.
Rurrenabaque quedará para nosotros como una escala inolvidable —un lugar de vínculos estrechos con personas generosas, curiosas, amables, que nos acogieron con los brazos abiertos durante varios días.